Nacida y criada en el campo de refugiados de Tinduf, en Argelia, la vida de Aziza Brahim ha estado marcada por el conflicto en el Sahara Occidental, entre el pueblo saharaui y Marruecos.
Su abuela, bautizada por su pueblo como “La Poetisa del Fusil”, así como el resto de su familia, fueron parte de esa generación saharaui que emprendió el éxodo masivo desde la capital del Sahara Occidental, El Aaiún, hasta el suroeste de Argelia, tras la invasión marroquí. Allí, en los campos de refugiados, han permanecido los últimos cuarenta años.
Tras obtener una beca del gobierno cubano, viaja, a los once años, a esa isla caribeña a estudiar. Allí pasará casi una década, incluyendo los años del fatídico período especial. Si bien no se le permitió estudiar música en la universidad, ya que sus tutores pensaban que era más apropiada una carrera que trajera estabilidad a un futuro estado saharaui, derecho o medicina le sugirieron, la cantante absorbió la rica cultura musical de la región.
Aziza Brahim regresa a Argelia a finales de los años noventa, para reencontrarse con su pueblo aún exiliado, en un desierto donde la vida sigue siendo dura y precaria, donde no hay trabajo ni mayores prospectos de futuro. Es así como, siguiendo los pasos de su abuela, decide unirse a la lucha a través del arte. Asume el canto como modo de vida y militancia.
Brahim empieza a cantar en grupos formados en los campos de refugiados, hasta ganar un concurso que le abrirá varias puertas que desembocarán en su venida y posterior residencia en Barcelona, España.
Tras tres álbumes: Mi Canto (2008), Mabruk (2012) y Soutak (2014), ha vuelto en enero de 2016 con Abbar el Hamada, un disco que abordar nuevamente las penurias de su pueblo, pero que mira con optimismo un futuro en el que sueña poder volver a la tierra de sus antepasados, al país que se le ha negado desde que nació y que aún no conoce.
—Tu vida y carrera musical están marcadas por el conflicto en el Sahara Occidental, por la lucha entre el gobierno marroquí y el pueblo saharaui.
—Sí, mi familia es originaria del Sahara Occidental. Ellos vivían en la capital, llamada El Aaiún, y fueron obligados en el 75 a huir en un éxodo masivo de la población saharaui cuando España los dejó tirados a su suerte, después de más de un siglo de ocupación y de que Naciones Unidas la haya instado, en muchas ocasiones, a que descolonizara el Sahara Occidental, que era la última colonia de África. Cuando Franco fallecía el gobierno español negoció, en lo que se conoce como acuerdos tripartitos, junto a Mauritania y Marruecos, ceder nuestro territorio a ambos países bajo acuerdos económicos. Más tarde Marruecos ocupó el Sahara Occidental en lo que se conoce como la Marcha Verde, a los ojos del mundo una marcha pacífica. La historia real es muy distinta, fue una invasión cruel y sanguinaria.
—¿El Sahara Occidental se encuentra sólo ocupado por Marruecos o también por Mauritania?
—No. España con los acuerdos tripartitos repartió nuestro territorio entre los dos países, luego vino una guerra de liberación entre el Frente Polisario, brazo armado del pueblo saharaui, contra los dos países. Esta guerra duró 16 años. Mauritania, por un lado, se retiró y reconoció el Estado Saharaui. Esa parte que ocupaba Mauritania fue luego anexionada por Marruecos.
—¿Cómo vivió su familia la invasión?
—Hasán II convocó a la población marroquí para que ocupara el Sahara Occidental porque, según ellos, era un territorio más de su país. Todo esto fue un plan perfectamente organizado mucho antes. Sin embargo, el gobierno de Marruecos procuró que, a los ojos del mundo, esta ocupación pareciese pacífica. No obstante, en la frontera sur, este y noreste entraron a bombardear a la población de forma masiva, con aviones, con tanques, con todo el armamento que te puedas imaginar y la gente no le quedó de otra que huir. En un principio este éxodo masivo se instaló en Um Draiga, que también, una semana después, fue bombardeada y arrasada por los marroquíes. Entonces a partir de ahí comenzó un segundo éxodo para llegar a Argelia. Es en Tinduf donde se instalan.
—Usted nace en el campo de refugiados de Tinduf. ¿Cuáles son sus primeros recuerdos en aquel lugar?
—Cuando eres pequeño no te das cuenta de muchas cosas. Luego, llega un momento en que interiorizas tanta necesidad y tanta pobreza que vives y que te rodea. Yo crecí pensando que aquel desierto tan inhóspito e inhabitable era mi casa real. Hasta que poco a poco vas creciendo, vas tomando conciencia, te van contando y empiezas a entender.
—¿Fue una infancia feliz?
—Fue una infancia normal. No creo que podría decir feliz como tal, sino normal. Eso sí, rodeada del cariño y amor de los míos, pero con mucha necesidad.
—¿Cómo nace el interés por la música?
—La música es algo que absorbí de mi familia, era su día a día. Para nosotros, como para todos los pueblos africanos, la música es algo cotidiano. Somos pueblos que necesitamos de la música como modo de expresión, de contar historias y de evadir el sufrimiento.
—A su abuela le decían la «Poetisa del Fusil».
—Mi abuela para mí es el referente más grande. A nosotros nos ha transmitido siempre el amor por la música y la poesía, así como la necesidad de luchar a través del arte. Ella es apodada por su pueblo la «Poetisa del Fusil» porque no hay nadie mejor que ella para expresar los casi 16 años de guerra. Al relatarlos parecía que estaba en el frente. Ella era más consciente que nadie del sufrimiento y la dureza de la guerra, del pesar que estaba y sigue pasando su pueblo.
—Podría hablarnos de la importancia del instrumento tabal en su música y la música saharaui en general.
—El tabal es el instrumento percusivo por excelencia en la música tradicional saharaui. Es un instrumento sólo reservado para mujeres. Es esencial en nuestra música. De hecho, la música antigua saharaui se toca sólo con tabal, palmas y canto. Luego se añadió el tidinit y la guitarra acústica. Hace pocos años también se sumó la guitarra eléctrica.
—¿Qué es el tidinit?
—Es una pequeña guitarra de tres cuerdas parecida al arpa.
—A los 11 años usted se va a Cuba a estudiar.
—Yo tuve la suerte de recibir una beca, como muchos niños saharauis, para ir a estudiar a Cuba. Para mí fue una de las experiencias más gratificantes que me han pasado en la vida. Se me dio la oportunidad de salir de una situación difícil. Tanto a nivel de subsistencia como a nivel de condiciones meteorológicas. Recuerda que estamos hablando del desierto y es muy difícil para un niño poder soportar esas condiciones, además de poder estudiar y realizarse como persona.
—Sin embargo, no pudo estudiar música.
—Yo quería estudiar música, pero mis tutores me dijeron que no. Yo tenía buen expediente académico, por lo que me aconsejaban estudiar otras carreras que pudiesen influir en la estabilidad de un estado libre saharaui, como medicina o derecho.
—¿Cómo influyó en usted la poderosa escena musical cubana?
—Ten en cuenta que yo pasé muchos años en Cuba. Desde la adolescencia hasta mi juventud, por lo que todas mis referencias culturales tenían que ver con ese país. Para mí aquello era maravilloso, porque podía escuchar a Los Van Van, a Los Moncada, a Los Faquires, a La Vieja Trova y un montón de música la cual no te da tiempo absorber por completo. Bailaba salsa, me encantaba toda su cultura musical. Son muchas las generaciones de mi país que han estudiado en Cuba y estamos apodados por nuestro propio pueblo como cubarahuis, porque somos personas que realmente hemos hecho nuestras ambas culturas. Tenemos ese mestizaje.
—¿Cómo fue su regreso a Tinduf después de tantos años en Cuba?
—En mi época en Cuba desconecté un poco de todo, venía de otra realidad hasta que asimilé esta nueva como mi hogar. En cierta medida es mi casa registrada hasta que no tenga un regreso justo a mi país y pueda conocer mi tierra, porque yo nunca he estado en el Sahara Occidental. Por eso, el regreso a Argelia me chocó mucho, junto con la situación de los campamentos, a pesar de venir de una Cuba en crisis. Me chocó muchísimo y tardé varios meses en asimilar todo aquello, pero también te quedas pensando: madre mía si esto no es mi tierra, por qué no nos dejan volver a nuestro hogar. Eso es lo que te hace comprometerte con la causa, asumir un rol activo en la lucha.
—A partir de ese regreso y ese compromiso es que decide dedicarse de lleno a la música.
—Sí, aunque yo en Cuba ya cantaba. Cuando volví a los campamentos me hice más activa musicalmente. Por aquel tiempo participé en un festival de música saharaui y gané el primer lugar. A partir de ahí fui invitada a tocar en varias agrupaciones. Años después vine por primera vez de gira, con un contrato discográfico, a España y Europa.
—¿En qué momento decide quedarse en España?
—Hicimos una gira de tres meses que fue agotadora. Luego volví a los campamentos y ahí empecé a pensar en la vida allí, que tras un tiempo se hace monótona. Es un estado en el exilio por lo que no hay ocupación, no hay trabajo, no hay dinero. Todo se sostiene gracias a la ayuda humanitaria. Entonces yo tenía la necesidad de salir de ahí para hacer algo, tanto por mí como por mi familia. Años después se me ofreció la oportunidad de venir a través de un amigo y quedarme en España.
—¿Cómo es su visión de una España cuyos gobiernos abandonaron a su suerte al pueblo saharaui tras años de colonización, pero también cuya sociedad es una de las principales fuentes de ayuda humanitaria?
—Me siento ninguneada y pisoteada por los sucesivos gobiernos del estado español, porque nuestra historia forma parte de la transición democrática española. Sin embargo, ellos no le prestaron ninguna atención. Ellos vendieron a los saharauis. Nos dejaron tirados a nuestra suerte, sin cumplir con ninguna de las normas que se han emitido desde la legalidad internacional. De acuerdo con el Tribunal de la Haya se dictaminó, desde el año 73, que el Sahara Occidental no tenía ninguna conexión ni histórica ni cultural con Marruecos. Entonces no podemos ser parte de Marruecos. Tenemos nuestra identidad propia. A la misma vez, estoy agradecida con la sociedad española, ya que su solidaridad ha sido inmensa. La mayoría de los proyectos que se gestionan en los campos de refugiados son iniciativas provenientes de España. Por tanto, para nosotros la sociedad española sigue reclamando a sus gobiernos que atienda al pueblo saharaui. Mis padres y abuelos tenían DNI español, eran ciudadanos españoles. Ahora están olvidados y sin derechos en la Hamada. Entonces es duro.
—Usted ha nombrado la Hamada varias veces. Además, su nuevo disco se llama Abbar el Hamada. ¿Qué es la Hamada?
—Abbar el Hamada significa «más allá de la Hamada». Es una referencia a un lugar que siempre será parte de la historia del pueblo saharaui. Es donde nos han condenado a sobrevivir los últimos cuarenta años y sabrá Dios cuántos más. Es también el punto de partida para lo que será el regreso a nuestra tierra, a casa. La Hamada es literalmente el desierto rocoso que se encuentra en la zona fronteriza entre el Sahara Occidental, Argelia y Mauritania. Es uno de los desiertos más inhóspitos del mundo. Allí están varados más de 250 mil refugiados saharauis desde hace 40 años.
—El primer sencillo que han difundido de Abbar el Hamada ha sido el tema Calles de Dajla.
—Calles de Dajla es como dar vida a un sueño en el que los saharauis están festejando su independencia en las calles de Dajla. Es para hacer un contraste de la situación actual en la ciudad, que es de represión y abusos. Dajla es la segunda ciudad más importante del Sahara Occidental, es nuestra capital económica. En la canción también hablo de unir las dos Dajlas ya que, a los campos de refugiados de Argelia, les colocamos nombres de ciudades ocupadas del Sahara Occidental, por eso uno de ellos se llama Dajla. Es un poco el reencuentro de ambas.
—El disco fue grabado en Barcelona.
—El disco fue grabado en Barcelona en agosto de 2015, en los estudios Sol de Sants. Se trata de una conversación entre migrantes, refugiados y sedentarios. Entre sub-saharianos, saharianos y saharauis. Un encuentro entre etnias, culturas y religiones. En todo ese contexto han participado músicos de distintas nacionalidades, porque el disco recoge sonoridades que tienen su origen en el Sahara Occidental, pero también en mi vecindario musical del África occidental, concretamente en Senegal y Mali. Incluso hay elementos mediterráneos. Dentro del álbum están los músicos de mi banda actual, que son Ignasi Cussó en la guitarra rítmica, Guillem Aguilar en el bajo, Aleix Tobias en la batería y percusión, Sengane Ngom en el djembe, el sabar y la tama, así como Kalilu Sangaré en la guitarra solista. Tengo dos invitados muy especiales que son el mejor bluesman que tiene Mali, que es Samba Touré, que es el sucesor de Ali Farka Touré, y Xavi Lozano en la flauta. Mi productor Chris Eckman colaboró tocando el órgano en la canción El Wad. Es un disco donde se siente la esencia de todos los lugares donde yo he estado y los que han influido en mi vida. Es un disco muy africano aunque tiene texturas caribeñas y mediterráneas, y por supuesto blues. Se sienten además connotaciones árabes y flamencas.
—¿Qué planes tiene para la promoción?
—Tenemos muchísimas cosas tanto en España como en el extranjero. Madrid, Barcelona, Berlín e incluso el Royal Albert Hall de Londres. A partir de mayo empieza la gira de verano, donde participaremos en varios festivales, incluyendo el Womad de Inglaterra. Son muchas fechas, muchos lugares. Toda esta información está disponible en mi página web azizabrahim.com
—Hablando de conciertos, el gobierno marroquí, a través de sus embajadas, ha intentado censurar varios de sus presentaciones en Europa.
—Varias veces. Ellos intentan coartar la libertad de expresión de cualquier saharaui. En Finlandia el embajador marroquí se quejó ante el gobierno y el parlamento buscando no permitir mi concierto en uno de los festivales más grandes del país. Los organizadores del festival respondieron que no censurarían a nadie y que el festival más bien se trataba de darle voz a todas las culturas. Al final no pasó nada, pero el embajador convocó a la diáspora marroquí a sabotear mi concierto, por lo que hubo que reforzar la seguridad. Estuve escoltada en todo momento.
—Es una locura.
AB: Censurar el arte es un retroceso. Nosotros jamás hemos boicoteado un artista marroquí. Esas cosas no se pueden permitir, ni bajo tintes políticos ni de ningún tipo.
—En Italia lograron cancelar un concierto suyo.
—Sí, de hecho, antes de ir para allá nos habían garantizado seguridad y que no habría ningún problema, que no tenía nada de qué preocuparme. Pero al final recibieron tal presión del gobierno de Marruecos que tuvieron que cancelar. A mí la verdad me parece incoherente. Me dan una notoriedad que no tengo. Yo no soy ningún jefe de estado, simplemente soy una persona que se expresa a través de la música.
—Después de tantos años de conflicto: ¿Ve cerca el final?
—Yo quiero creer que sí, que algún día esto se acabará. Quiero creer que algún día el Sahara Occidental será libre. Quiero levantarme un día y escuchar por la radio y la televisión que Marruecos ha permitido que se celebre un referéndum de determinación, cosa a la que se niegan porque saben que lo pierden. Nosotros estaremos ahí luchando. Ya tenemos un relevo generacional que es la juventud saharaui, que no se va a cansar porque merecemos volver a nuestra tierra y disfrutar de ella.