Entrevista a Angélique Kidjo

Ganadora de su tercer premio Grammy este año, dos de ellos consecutivamente por Mejor Álbum de Músicas del Mundo (2015 y 2016), Angélique Kidjo es una de las voces femeninas más importantes de África, complementando su exquisito trabajo artístico con incansables esfuerzos en pro de los derechos de la mujer y los niños de ese continente, a través de su fundación Batonga y como Embajadora de Buena Voluntad de UNICEF.

Nacida en 1960 en Benín, país ubicado en la costa oeste de África, Angélique Kpasseloko Hinto Hounsinou Kandjo Manta Zogbin Kidjo, mejor conocida como Angélique Kidjo, es una de las voces femeninas más importantes de África, no sólo a nivel artístico sino social.

Ganadora de tres Grammy, dos de ellos consecutivos, en 2015 y 2016, por Mejor Álbum de Músicas del Mundo, y en 2008, por Mejor Álbum Contemporáneo de Músicas del Mundo, Angélique Kidjo es una artista ecléctica, cuyas influencias rítmicas incluyen afropop, afrobeat, góspel, jazz, rumba congoleña, música caribeña, reggae, así como los ritmos tribales de Benín.

La revista Time la llamó la “Primera Diva de África”, el periódico inglés The Guardian la incluyó en la lista de los cincuenta íconos más importantes del continente, además de colocarla entre las 100 mujeres más inspiradoras del mundo. Forbes la considera una de las 40 celebridades más poderosas de África, la primera mujer en la lista, en el cuarto lugar, seguida por Yvonne Chaka Chaka, en el octavo. La radio NPR la llamó la diva viva más importante de África y, por si fuera poco, The Daily Telegraph la llamó la “Reina Indiscutible de la Música Africana”.

Pero más allá de haber heredado y filtrado a través de su arte la influencia de artistas como James Brown, Miriam Makeba, Nina Simone, Aretha Franklin, Jimi Hendrix, Celia Cruz y Carlos Santana, habiendo colaborado además con artistas de la talla de Alicia Keys, Peter Gabriel, Dave Matthews Band, Herbie Hancock, Branford Marsalis, Ziggy Marley, Philip Glass, Bono, Carlos Santana, John Legend, Josh Groban y The Kronos Quartet, entre muchos más, Kidjo posee un historial de militancia social que podría opacar su extraordinaria carrera musical.

Desde 2002 ha sido Embajadora de Buena Voluntad de UNICEF, siendo su prioridad las causas relacionadas a los derechos de la mujer y los niños, así como la educación, en África. Además de haber creado la fundación Batonga, también enfocada en brindar educación secundaria y superior a niñas y mujeres africanas. Kidjo afirma que se ha involucrado en iniciativas que constan en estudiar y participar en las comunidades de su continente natal para establecer necesidades, prioridades y soluciones.

Proveniente de una familia de letrados que le inculcaron desde niña el amor a la libertad y la tolerancia, con un padre y una madre con claras inclinaciones artísticas, Kidjo tuvo que abandonar Benín, a principios de los ochentas, tras la instauración de un represivo régimen comunista que obstaculizó enormemente su desarrollo musical. Fue así como llegó a Paris, donde consagraría su éxito.

Angélique Kidjo canta en idioma fon, francés, yoruba e inglés, además de haber desarrollado técnicas de voz típicas de su país como el canto zilin.

Residenciada desde hace años en Nueva York, Kidjo estuvo días atrás en París donde tuvimos la oportunidad de conversar con ella sobre su extensa carrera artística y social.

¿Es usted activista antes que artista o viceversa?

—Ambas actividades funcionan juntas, no existe una sin la otra. Entiéndase que la música no puede existir en todo su esplendor si no existen derechos humanos e igualdad. Yo abandoné mi país en un momento que las libertades estaban siendo coartadas, cuando no podías decir lo que pensabas. A nivel musical eso me hacía sentir impotente y reprimida. Yo tampoco podía concebir, por ejemplo, que no te permitieran escuchar algún tipo de música por cuestiones políticas. Y es que al final ser activista no es más que ser humano, querer ser libre y aspirar al bien común. Tanto mis derechos como los de los demás me incumben, porque si me mantengo callada ante los abusos o las violaciones de derechos humanos no tendré más nada que decir.

—Su juventud en Benín influyó en estas ideas.

—Es algo que viene de familia. Mi madre y mi padre siempre enseñaron que teníamos que decir lo que pensábamos. Si uno era testigo de algo que estaba mal: ¿cómo aspiraba a corregirlo si no hablaba al respecto? Esa era una idea que nos inculcaron. Si quieres que respeten tus derechos tienes que estar consciente de ellos y defenderlos. Además que al dar tu opinión formabas parte de la comunidad, de manera de poder resolver las cuestiones en conjunto. Si quieres cambiar algo tienes que explicarte y dar a entender por qué lo deseas. Mi padre hacia especial énfasis en ello.

—Ud. ha dicho que su padre tenía una mentalidad muy progresista en lo que se refiere a derechos de la mujer y educación femenina.

—Mi padre era un hombre excepcional. El solía decir: “Lo que quieras para ti debes aspirarlo también para los demás”. Entiéndase, si no quieres que alguien te haga algo malo no puedes hacerle daño a los demás. Creía en la responsabilidad y el respeto. Decía además que el cerebro era nuestra arma más importante y que por ello había que usarlo con inteligencia. Mi padre insistía en conocer tus derechos, porque mientras más los conoces más respetarás los de los demás. Mi padre creció en un ambiente muy diverso, estuvo en contacto con muchas culturas y nacionalidades, de allí nació un espíritu muy tolerante, que no le temía a aquello que era diferente sino que más bien aspiraba a entenderlo. Otra frase que recuerdo de él es: “No tengo tiempo para tus problemas, tengo tiempo para los míos. Tú tienes que ser capaz de resolver tus problemas por ti misma. Tratar de ser independiente. Si necesitas mi consejo te lo puedo dar, te puedo aportar experiencia, pero lo más importante es que seas capaz de conseguir soluciones por ti misma”. Por eso le parecía tan importante que fuese a la escuela, no quería que fuese un persona dependiente o incompleta.

—El antisemitismo, el racismo y la xenofobia eran temas prohibidos en la casa de su padre.

—Mi padre era un caballero. Él daba el beneficio de la duda a todos. No le gustaba juzgar a la gente ya que pensaba que para ello debías ser perfecto. No obstante, mi padre pensaba que cuando se trataba de esos tres temas no había justificación posible, y que la gente antisemita, racista o xenófoba eran peligrosos porque podían lavar el cerebro de las personas y cuando te dabas cuenta podías empezar a creer sus ideas. Mi padre creía en la diversidad de ideas desde luego, pero no podía soportar el discurso de odio.

—Su familia también fue una influencia en la parte artística y musical.

Mi padre solía tocar el banjo y mi madre el clarinete. Pero más allá de la música mi madre se enfocó en el teatro. Fue toda una pionera. La primera y única mujer que tuvo el grupo de teatro más grande de toda la costa oeste de África, con más de setenta personas. Además incluía danza. Ella me enseñó a bailar tantos bailes africanos. Mi padre permitía a mi madre hacer lo que ella quisiese, cosa poco común en la región, que se destaca por ser muy patriarcal. A veces sus amigos le preguntaban cómo permitía que su esposa hiciese tantas cosas por su cuenta, a lo que él respondía que el amor no era una prisión ni una celda, que mientras ella estuviera feliz él era feliz. Así que crecí no sólo en un ambiente muy libre sino cargado de arte.

—Usted ha dicho que desde los ocho años cantaba canciones en pro de los derechos de la mujer, que desde esa edad era una feminista sin saber lo que era feminismo.

—Sí. Cuando era niña mi mamá y sus amigas tuvieron un grupo en pro del voto femenino, y de los derechos de la mujer en general. Una de las críticas principales que hacían era hacia los matrimonios arreglados, que son muy comunes en Benín, donde las familias organizan con quien se casa la mujer sin tomar en cuenta su opinión. Partiendo de esa idea había una canción que cantaba en mi lengua nativa que decía que las mujeres no eran un juguete, que eran más bien la base de la humanidad y que los derechos de la mujer eran responsabilidad de todos, tanto de hombres como de mujeres. Esto ocurría porque yo cantaba mejor que las mujeres de este grupo y me pedían que cantara, cosa que me encantaba porque esto significaba que podía dejar de hacer mi tarea para hacer música.

—Su último disco “Angélique Kidjo SINGS with the Orchestre Philharmonique Du Luxembourg” lo grabó junto a la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo.

—Desde el momento que descubrí la música clásica quería explorarla a fondo. Era una idea. No obstante, hace unos seis años, en un festival en Montreal, uno de los directores de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo se me acercó y me dijo que era seguidor de mi música y que dentro de ella podía escuchar una orquesta clásica. Cuando me dijo semejante cosa pensé: este hombre o está loco o es un genio. Le dije que lo probara. Que me demostrara que era posible traducir una canción mía al formato clásico. Al poco tiempo llegó a mi casa una grabación y quede impresionada. Sabía que estaba ante algo grande. Lo amé. Entonces decidimos hacer un show en vivo, el primero fue en junio de 2012. Fue en Luxemburgo. Fue complicado porque incorporé a mis músicos a la orquesta y, tras este primer concierto, me di cuenta que no podían ser un factor externo de la misma sino hacerse para de ella. No obstante, esa presentación fue un éxito y logramos más de cinco ovaciones de pie. Fue algo mágico.

—Este trabajo posee piezas suyas del pasado, así como versiones de otros artistas. ¿Cómo fue el proceso de selección?

—Fue un consenso entre los directores de la orquesta y yo. Los primeros que habían adaptado a la orquesta para mostrarme el resultado se quedaron y luego hicimos un proceso de selección.

—Una de las canciones que interpreta es “Malaika” de la cantante sudafricana Miriam Makeba. ¿Podría hablarnos de la influencia que ella tuvo en usted?

—La escuché por primera vez cuando tenía ocho años y marcaría un antes y un después. Más tarde, cuando empecé a cantar en escenarios y comencé a tomarme la música más en serio, mucha gente me llamaba prostituta o me insultaba por lo que hacía. Además que muchos no lo veían como una carrera verdadera. Entonces yo veía a Miriam Makeba, una mujer que cantaba y se divertía haciéndolo, cuyas letras no entendía pero que destilaban alegría, y me motivaba en aquellos momentos en que me preguntaba si valía la pena seguir en la música. Estamos hablando de una mujer africana que representaba el África que yo quería representar. La conocí en el 89 en París, me tocó abrir un show de ella. Tenía miedo porque conocer a tus ídolos puede ser un arma de doble filo, quizás no son lo que te imaginas, quizás te encuentras con alguien arrogante o mala persona. No fue el caso, era una mujer maravillosa, suave y gentil. Eso sí, cuando se molestaba era mejor no estar cerca. La imagen que Miriam dio de África en el extranjero fue extraordinaria, porque se jactaba de la diversidad cultural del continente. No desechaba lo extranjero pero le gustaba mantener una identidad.

James Brown fue otra influencia importante en su juventud.

—Yo quería ser como James Brown cuando era joven. El rock and roll nunca fue muy famoso en África, lo veíamos como algo muy ruidoso. Pero yo siempre disfruté de los Rolling Stones, The Beatles, por nombrar algunos. Si bien en aquel momento no entendía inglés, me enamoré de las melodías vocales de estos grupos. Luego descubro a James Brown, su ritmo, su carisma. Fue increíble. Ahí fue que entendí que quería ser James Brown. Incluso se lo dije a mi madre, y ella me dijo que no podía. Me molesté tanto que le dije también a mi padre, le comenté que mi mamá no creía que podía cumplir mi sueño. A lo que él me respondió que no podía tener esa conversación conmigo que hablara de nuevo con mi madre. Desde luego llegó el día en que entendí que realmente no podía ser James Brown. Quizás en espíritu (risas).

¿Qué otros músicos la influenciaron en su juventud?

—Una de mis mayores influencias, más allá de todo lo que he nombrado, es Celia Cruz. Cuando la escuché por primera vez, junto a Johnny Pacheco, Dios mío, que emocionante. Su energía, su voz, su carisma. Es música que te hace sentir vivo.

Celia Cruz también tuvo que abandonar su país por razones política.

Exactamente. Nunca pudo volver a su Cuba natal.

¿Qué tan difícil fue emigrar de Benín y adaptarse a Francia?

Fue muy dificil, pase mucho tiempo sin poder hablar con mi familia. Pero volver a sentirse libre no tenía precio. Hay que recordar que nadie abandona su tierra sin razón, y que no hay mejor lugar que casa. Es una desición muy compleja. Mis padres trabajaron muy duro para que pudiera abandonar el país. Estamos hablando de que gobernaba un régimen comunista que se inmiscuyó en la vida de la gente de una manera insólita. Todos estaban bajo sospecha. Decían que tenías que llamar a tus familiares “camarada”, prohibieron toda la música extranjera, había una obsesión con la “revolución”. Entonces irse era un alivio pero era triste abandonar a tu familia, sin saber si terminarían en la cárcel por alguna necedad.

¿Cómo ocurrió ese cambio en Benín?

Mediante un golpe de estado militar a principios de los setentas. Pronto las emisoras prohibieron la música occidental, en las mañanas transmitían el mensaje: “Listos para la revolución, la lucha continua”. Tenía que llamar a mi madre y mi padre “camarada”. Era una locura, muy doloroso. No podías confiar en tus hermanos, en tus profesores, en tus amigos. Todos sospechaban de todos. Muchos niños fueron confinados a orfanatos donde les lavaban el cerebro y les inculcaban toda esa mentalidad comunista. Sólo se podían cantar loas a la revolución y a sus supuestas bondades. Fueron unos tiempos muy tristes. Así fue hasta el año 89 cuando finalmente abandonaron el poder y volvimos a ser un país democrático.

¿Cómo comenzó su relación con UNICEF?

Toda la vida he militado en causas en pro de los derechos de los niños, así que cuando me llamaron para participar en UNICEF automáticamente dije que sí. Me propusieron ser embajadora de buena voluntad de la institución. Yo le respondí que encantada, pero que esperaba que mi trabajo allí no se tratase sólo de ir de fiesta en fiesta o de cóctel en cóctel haciendo lobby, porque yo no soy buena para eso, como tampoco soy buena para mentir ni para ser políticamente correcta. Ellos me respondieron que les parecía maravillosa mi actitud y que lo único que aspiraban es que fuera yo misma, que continuara mi labor por los derechos de los niños y las mujeres, así como por la difusión de la educación junto a ellos.

Usted además ha creado la Fundación Batonga.

La Fundación Batonga la creé junto a tres amigos: John R. Phillips, Mary Louise Cohen y Jean Hebrail, con el objetivo de ayudar a las niñas y jóvenes de África a cursar la secundaria y universidad, removiendo los obstáculos que las previenen o desmotivan de obtener una educación. La idea es convertirlas en una fuerza de vanguardia en la transformación del continente. La idea surgió cuando estaba en un pueblo de la Tanzania profunda y una mujer me comentó que mientras las niñas no recibieran educación y estuviesen ociosas el círculo vicioso de la pobreza jamás se iba a acabar.

—¿Está trabajando en nuevo disco?

—Siempre estoy trabajando en algo. No obstante, no suelo hablar de lo que estoy haciendo no vaya a ser que luego no se dé o que cambie por completo. Me gusta sorprender al público más bien. No sugerir nada hasta que esté hecho y completado.

¿Y los próximos conciertos?

—Sí, en kidjo.com están todas las presentaciones que haré. Sin embargo, no tengo ninguna fecha en España por los momentos, si bien estoy muy interesada en ir. Quién sabe, quizás pronto los sorprendo por allá.

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