Pasaron un par de años desde que leí un genial texto del músico venezolano Paul Desenne sobre el París que vivió en los ochentas y la superficialidad que caracteriza a esta ciudad, hasta ahora que lo encuentro de nuevo; abre implacablemente con: “A París siempre se llega tarde; lo que uno creía poder alcanzar a ver ya pasó, siempre. Da la impresión de que algo está ocurriendo, pero no es nada; ni partícula ni vibración. La moda es, en la actualidad —aunque mientan diciendo que siempre lo fue—, el corazón y la estructura de esa máquina de vacío, el motor de esa aspiradora moral que te chupa el presente convirtiéndotelo en prisa, en desechos. La moda es alcanzarla.(…)”
Podría decirse que al igual que la gama de grises, existen diferentes escalas de «superficialidad» presente en los documentos que a través de la historia hablan de París. En este sentido, se encontrarían los más superficiales vinculados a la idea de complacer a un poder (religioso, político y/o económico) o incluso a los consumidores, siendo el marketing notablemente un poder económico. Existen por otro lado, los documentos menos superficiales en esta escala hipotética, que estarían más cercanos a la honestidad. Al contenido interno y visceral de las cosas. La historia del arte en Francia está llena de esto, cada época tiene obras que tienden más a un interés de la superficie y otras que se inclinan al compromiso del creador con su interior. Es una balanza, un degradé donde caben las medias tintas. Ningún extremo es más o menos válido.
Un ejemplo de esta dualidad sería el de los compositores de la música sagrada del Medioevo (durante el Ars Antiqua y Ars Nova), que hablaban desde Notre Dame hacia Europa, evidentemente bajo la influencia del poder religioso, ya que era casi imposible ser un artista o poeta en la época, fuera del yugo de la iglesia. Sin embargo estos sacro-compositores estaban ante todo bajo la influencia de un pensamiento sincero que veneraba a Dios por elección propia, más que una devoción obligada para evitar el regaño de los monjes. Y vaya que hay que ser creyente para escribir una misa tan sublime como la Messe de Notre Dame de Machaut, lo mismo para De Vitry, Dufay, etc.
Otro caso en la escala de superficialidad es el de la literatura a partir de la Revolución Francesa hasta finales del siglo XIX, una gran parte de ellos inundados de política, comprometidos con las «ideas republicanas». Véase Victor Hugo, un ejemplo de un político comprometido con la escritura y visceversa. De otro lado estarían las aproximaciones viscerales –y hasta sifilíticas- de Baudelaire y Balzac; Manet en pintura. Hablando del París de comienzos del siglo XX, con Erik Satie tocando el piano en los cabarets de Montmatre, oponiéndose a la academia, siendo ésta completamente superficial en relación a las ideas alocadas y sinceras de Satie, que retrataban probablemente de una manera más fiel el París de la Belle Époque, por uno de sus protagonistas.
Este track de Biga Ranx se relaciona a los poetas y compositores de lo sacro en la Edad Media, así como al Baudelaire codeado de prostitutas y al ambiente de las calles parisinas, se relaciona igualmente al Satie que reía de los impresionistas más snobs y de la supuesta «música francesa» que la Academia imponía, obviando que era él precisamente el más original y francés entre los impresionistas.
Más recientemente encontramos el ejemplo de Cortázar que divagaba sobre París como un sentimiento efímero y personal que él acariciaba, incluso consciente de su condición de ciudad superficial. «Paris is a bitch, je la connais à peine» (París es una perra, apenas la conozco), es últimamente la aproximación más real a la esencia de la “Ciudad de la Luz” –y del orine y cigarrillos– muy alejada de la imagen hollywoodense que ha sido construida por el cine durante todo el siglo XX y hasta nuestros días.
Finalmente, la conocemos todos ‘apenas’, como una puta bella que tiene clientes por complacer.