enero 20, 2016

Zomba Prison Project, de una cárcel en Malaui a los premios Grammy

Zomba Prison Project es un colectivo musical que reúne presidiarios y guardias de la prisión de máxima seguridad de Zomba, al sur de Malaui. El primer disco del proyecto, titulado I Have No Everything Here (Aquí no tengo nada), fue grabado en su totalidad dentro de la cárcel y ha sido nominado a los premios Grammy en la categoría World Music.

Por primera vez en su historia Malaui figura en los premios Grammy, de la mano de un proyecto musical que involucra varios presidiarios de su única cárcel de máxima seguridad, junto a sus guardias. Se trata de Zomba Prison Project, una idea concebida por el productor norteamericano Ian Brennan quien, tras meses de preparación, viajo a la nación africana a recopilar una serie de canciones provenientes de un lugar poco probable.

A Brennan, quien ha sido nominado a los premios Grammy cuatro veces, obteniendo el galardón por su trabajo junto a Tinariwen en 2012, no le es ajeno este empobrecido rincón africano, el cual ha visitado varias veces en el pasado. Al momento de realizar esta entrevista aún esperaba el veredicto final con respecto a I Have No Everything Here, nombre de la opera prima de Zomba Prison Project, aunque asegura que sólo la nominación representa de por sí un gran logro.

Más de sesenta reos, entre hombres y mujeres, participaron en la concepción de este disco, cuyas letras, mayoritariamente en idioma chichewa y dos en inglés, hablan sobre soledad, aislamiento, encierro, perdón, hijos y sida, a través de melodías melancólicas y muchas veces sombrías. Brennan afirma que los temas no enaltecen su vida como criminales, sino más bien reflexionan sobre todo lo que han perdido por los errores cometidos.

En el proyecto hay condenados por robo y agresión, así como por asesinato, cuya pena suele ser cadena perpetua, por lo que algunos de los músicos participantes jamás volverán a la calle.

Ian Brennan relató la historia de Zomba Prison Project, desde su concepción hasta sus planes a futuro, en una entrevista que dio a Ritmos Globales poco antes de volver a África.

—¿Cómo se enteró de la existencia de los músicos de la prisión de Zomba en Malaui?

—No fue algo al azar. Queríamos hacer un disco en una prisión. Es una idea que teníamos desde hacía tiempo. Habíamos contactado a una ONG en Malaui, que trabajaba con prisiones y ellos nos comentaron de los músicos de la cárcel de Zomba, que es una prisión de máxima seguridad. Mencionaron que allí había una banda, aunque no sabíamos qué esperar. Dicho esto me gustaría aclarar lo siguiente: He leído en varios medios que este disco es de la banda de la prisión y no es así. Si bien la banda participa en la grabación, hay otros músicos de la cárcel que contribuyeron enormemente en la placa. La mayoría de las canciones fueron compuestas por gente que no estaba en la banda, las mujeres sobretodo, o gente de la banda que normalmente no canta ni escribe canciones. Lo que hicimos fue un poco un salto de fe. Saber que había una banda en la prisión nos daba un punto de partida, pero estamos hablando de una cárcel con más de dos mil internos, por lo que intuimos que habría más músicos.

—¿Se trata más bien de una compilación de la música que encontraron en la prisión de Zomba?  

—Sí, por eso se llama Zomba Prison Project, es un proyecto. Fuimos allí a procurar que los reclusos compusieran canciones. El disco tiene veinte temas, de los cuales doce fueron compuestos por las mujeres, y ellas no tienen nada que ver con la banda, que es puramente masculina. Y es interesante, ya que la zona de los hombres en la cárcel tiene electricidad, instrumentos, guitarras, teclados, mientras que la zona femenina no tiene más que un par de instrumentos de percusión, junto a tobos y utensilios. Pero sus canciones fueron muy importantes, si bien fue algo espontáneo, no algo que hicimos forzadamente.

—¿Cuándo habla específicamente de “la banda” a qué se refiere?

—En la prisión había una banda organizada, para la cual las autoridades habían asignado instrumentos y equipos. Era una iniciativa que fungía como oportunidad para alguno de los prisioneros. Tener el privilegio de participar en una actividad artística, desarrollar sus talentos musicales. Algunos de ellos son personas que tocaban música desde antes de entrar a la cárcel. Algunos no. Eso es algo que existía antes de que llegáramos y continúa hoy. Esa es “la banda”, pero este disco no es sobre ella. Va mucho más allá.

—¿Esta banda tiene un nombre?

—No tienen un nombre oficial. He visto que utilizan más de un nombre, pero ninguno es constante. Creo que es un gran proyecto y una excelente iniciativa haber permitido crear una banda dentro de la cárcel.

—¿Cuándo se grabó este disco?

—Grabamos en agosto de 2013. La mayoría de las personas que aparecen en el disco ya no están en la prisión de Zomba. Algunos fueron liberados, uno de ellos fue transferido, una de las mujeres falleció. Así que más de la mitad de las personas que participaron en el proyecto ya no están allí.

—¿Conocía la escena musical de Malaui antes de este proyecto?

—El padre de mi esposa, Marilena Delli, vivió en Malaui por veinte años, incluso hablaba chichewa que es la lengua local. Así que tenemos fuertes raíces en Malaui, especialmente mi esposa. En 2011 viajamos allí con él, en lo que fue su último viaje al país, casi al final de su vida. Estando allá empezamos a buscar música. Así descubrimos una banda llamada Malawi Mouse Boys, quienes han grabado dos álbumes y están a punto de lanzar el tercero. Han sido un grupo muy exitoso. Han participado en el festival Womad en el Reino Unido y en Australia, han girado por Estados Unidos. Su historia es realmente increíble, porque vienen de una de las regiones más pobres de Malaui, que es a su vez el país más pobre del mundo. Su vida es muy diferente de la gente que vive en Blantyre o Lilongüe. Ellos vivían en un área rural muy remota, sin electricidad ni agua corriente y construían sus propios instrumentos. Además vendían ratones para comer en las carreteras. De hecho así los encontramos, vendiendo ratones al borde de una vía rural. Vimos que tenían una guitarra, entonces comenzamos a hablar, así que una cosa llevó a la otra y el resto es una historia de triunfos. Tienen un directo muy poderoso, su cantante posee una gran presencia y son bastante físicos. Es como un show de punk rock por cuatro músicos que tocan instrumentos hechos por ellos mismos. Pueden cautivar a miles de personas en tarima. Así que desde entonces teníamos una relación importante con Malaui. Es un país grande con más de 16 millones de personas pero conocíamos algo. Los Malawi Mouse Boys hicieron el primer disco del mundo cantado en chichewa lanzado a nivel internacional.

—¿Cómo fue el acercamiento a las autoridades de la prisión de Zomba para llevar a cabo el proyecto?

—Nos pidieron lo usual: cartas, pasaportes, información biográfica de nosotros; lo típico. Nos dijeron que daban el visto bueno pero no prometían que pudiésemos entrar a la cárcel hasta que nos conocieran. No obstante, parecía bastante probable que nos lo permitieran, así que fuimos. Nos conocimos, hablamos con quien en aquel momento era el director de la prisión. Nos trató muy bien. Para ese momento creo que ya tenía la idea de dejarnos entrar y nos dio luz verde. Al ver en mi biografía que tenía experiencia en prevención de violencia, me preguntaron si podría dar algunas clases y talleres al respecto mientras me encontraba allí, a lo que yo acepté. Estaba más que feliz de hacerlo y de hecho iba con miras a ello. Quería poder recorrer el centro de reclusión internamente. Tienes que pensar que la música en la cárcel es un privilegio. El día a día allí es distinto y tiene otros códigos. De los más de dos mil internos de Zomba, apenas cincuenta son mujeres, por lo que están en un área separada. Mediante las clases tuve oportunidad de visitar esa zona y de tener una idea de la vida del presidiario.

—¿Tuvo miedo en algún momento?

—Marilena, quien me acompañó durante la grabación, y yo hemos viajado bastante, algunos de los lugares donde hemos ido son zonas que muchos podrían considerar como peligrosas, como Argelia, Sudán del Sur o Ruanda. Hemos estado en países en guerra. Así que claro que uno puede sentir miedo, pero también tengo miedo en Estados Unidos, porque también puede ser un sitio peligroso.

—Hablamos de una prisión.

—Desde luego. La diferencia para mí en particular es que yo tengo experiencia trabajando en prisiones en Estados Unidos. Así que no me era tan ajeno como para quizás otras personas. Probablemente si nunca has estado en una cárcel podría ser diferente. La otra cosa es que una prisión en Malaui es muy distinta a una en España o Estados Unidos. En este caso se trata de un edificio abierto, por lo que no es tan claustrofóbico como una cárcel en Estados Unidos.

—¿Existe hacinamiento en la prisión de Zomba?

—Eso es lo que han dicho en los medios una y otra vez pero realmente no sé de dónde sacan las cifras. He leído ciertas exageraciones. Lo que nos dijeron a nosotros en aquel momento fue que estaba construida para albergar a trescientas personas pero tenía alrededor de dos mil. Hace poco oí en un reportaje en televisión que había más de cuatro mil. Así que no sé dónde obtuvieron ese número. Lo que sí es seguro es que hay más gente que para lo que fue diseñada. Creo que en el día no es un problema tan grave como cuando se hace de noche y es la hora de dormir. Allí se nota mucho más el hacinamiento, pero no lo vemos porque es cuando los encierran. Durante el día están al aire libre, en los patios.

—¿Ustedes pensaron hacer primero un documental y luego se dieron cuenta que podrían hacer el disco?

—No, llegamos con la idea de hacer un disco. Lo que no sabíamos es si habría un disco que grabar. Cuando estábamos allá fue que nos dimos cuenta que había canciones hermosas, que las voces eran hermosas, así como las melodías. El siguiente paso era saber si habría alguien que publicaría este disco. En aquel momento tampoco lo sabíamos. Nos tomó alrededor de un año encontrar disquera para el proyecto.

—Concertaron con Six Degrees Records.

—Mi relación con esa disquera tiene varios años, están basados en San Francisco, de donde soy. Ellos son bastante selectivos pero en este caso me dieron visto bueno. Antes hablé con muchas personas, algunas de las cuales conozco desde hace décadas y todas me dijeron que no, no estaban interesados en este proyecto. Decían que no era lo suficientemente comercial, por lo que les daba miedo embarcarse en ello. Muchos lo veían como una iniciativa de amor y que perderían dinero. Pero Six Degrees Records se interesó en llevar esta música al mundo. Una suerte de obligación moral. Algo que necesitaba ser oído.

—¿Cómo se llevó a cabo la grabación? ¿Cómo construyó un estudio dentro de la prisión?

—Los instrumentos ya estaban. Llevamos una guitarra para las mujeres. En cuanto al estudio, tengo uno portátil que llevo a donde quiera ir a grabar. Es pequeño, puedo llevarlo conmigo. Básicamente es una maleta grande con otra más pequeña que es donde tengo todos los micrófonos. En una hora puedo montarlo. Con los años me he acostumbrado. He hecho muchísimos discos de esta manera. No sé cuántos, pero más de una docena. En los últimos diez años me he especializado en la grabación portátil en exteriores o field recording. Lo empecé a hacer en los noventas en San Francisco.

—¿Se enseña música en la prisión de Zomba?

—Algunos de ellos tenían nociones musicales antes de entrar, pero sí es parte del programa enseñarlos. Era una mezcla. Con las mujeres que aparecen en el disco fue más complicado. Ellas no tenían acceso al programa. La mayoría no sabían cómo escribir canciones o componer. Al principio estaban cohibidas pero al final lo hicieron magníficamente, estuvieron maravillosas.

—¿De qué hablan las letras de Zomba Prison Project?

—Hablan sobre muchas cosas, pero creo que hay varios temas recurrentes. Uno de ellos es la soledad, otro el aislamiento. Uno de los temas se llama Prison of Sinners (Prisión de pecadores) que habla sobre la prisión en sí misma. Otra llamada Forgiveness (Perdón) habla sobre eso, la indulgencia. Cuatro de las canciones que grabamos tienen la palabra Sida en el título, ya que es algo que tiene mucha significación para varios de ellos. Al final sólo una quedó en la placa. Otros temas tienen como protagonistas la infancia y sus hijos, una es Please, Don’t Kill My Child (Por favor, no maten a mi hijo) y la otra Give Me Back My Child (Devuélvanme a mi hijo).

—¿Qué ritmos y estilos musicales hay en I Have No Everything Here?

—No te podría decir. No soy un etnomusicólogo. Tampoco me interesan ese tipo de cosas. Lo que te puedo comentar es que en esa parte de África hay lugares donde se ven influencias del hip hop, mientras que en otros se percibe algo de reggae. Quizás alguien que esté más empapado del tema podría ser más específico en los sonidos de cada región. Malaui, como debes saber, es un país muy largo y angosto, así que la distancia de norte a sur es bastante amplia. Muchos de los elementos culturales del norte son muy diferentes al sur, al igual que los del centro, donde buena parte de la población reside.

—El disco está en lenguaje chichewa e inglés.

—La mayoría del disco está en chichewa, sólo dos canciones están en inglés.

—¿Cómo cambió la nominación al Grammy la vida de quienes participaron en el disco?

—Hasta ahora lo que sabemos es que ha sido extremadamente positivo. Ha dado esperanza a la gente. Ha sido muy significativo para Malaui como país. Ha atraído mucha atención. Para los prisioneros y para la prisión en general ha sido un motivo de mucha felicidad y alegría.

—En el disco participan guardias y prisioneros juntos. ¿Cómo era su relación?

—Creo que muy positiva. El asunto es que allá las divisiones no son tan marcadas como una cárcel en Estados Unidos o Europa. Estoy seguro que hay momentos donde cada uno asume su rol y existe cierta hostilidad. Sin embargo, muchas veces el trato es más informal. A veces es un espectáculo muy bonito ver esa unión, en vez de un trato de segregación y separación, entre guardias y prisioneros.

—¿Los reos sabían lo que era un Grammy al momento de enterarse de la nominación?

—Algunos sí, pero la gran mayoría no. Lo que creo que todos entendieron es la importancia de esta nominación. Saber que eran escuchados más allá de sus fronteras es un gran logro para ellos.

—¿Ha habido alguna controversia tras la publicación del disco por tratarse de presos en una cárcel de máxima seguridad?

—No realmente. Me lo han preguntado, pero no creo que haya habido controversia. Creo que la mayoría de la gente entiende la intención y lo ve como un canal para dar voz a estas personas, así como humanizarlas. Ellos no están siendo celebrados como criminales. No son canciones sobre sus crímenes. De hecho, es todo lo opuesto. Habla sobre lo que han tenido que pagar y lo que han perdido por sus crímenes. En un disco más bien sombrío. Creo que ellos están siendo castigados en un lugar oscuro, muchos llevan años, algunos estarán allí toda su vida. Cualquiera que escuche el disco por más de cinco segundos se dará cuenta que no celebra el crimen en absoluto.

—Es más bien una historia de redención a través de la música.

—Eso espero y creo que es lo que se busca, que se rehabiliten y puedan volver a reinsertarse en la sociedad. Corregir sus errores y no volver a repetirlos en el futuro. La realidad es que la mayoría tiene este potencial. Mucha de la gente que está presa en el mundo es por actos que cometió durante la juventud temprana, bajo la influencia de sustancias que nublan el juicio. Claro que nada de esto los exonera, pero dice mucho de la capacidad de no repetir este tipo de errores, especialmente décadas después.

—Tomando en cuenta que se trata de un disco protagonizado por presidiarios: ¿Cómo es el futuro de este proyecto?

—Es difícil decir. Lo que más beneficiaría a cada uno de ellos individualmente sería tocar en vivo, quizás girar, pero la posibilidad es muy remota, especialmente porque tienen antecedentes penales, lo que complica aún más su salida del país. Eso para los que han salido liberados. Quién sabe si quizás en el futuro algunos de ellos podrían reunirse y viajar a Estados Unidos o Europa, por más complicado y difícil que sea el aspecto legal, así como la logística.

—Ud. comentaba que muchas de las canciones que grabaron no fueron publicadas. ¿Está planeando hacer algo con ese material extra?

—Uno nunca sabe, aunque no lo creo. A veces es mejor dejar que un disco hable por sí mismo y no tratar de estirar el éxito. Hay mucho material muy bueno que no salió en el disco, pero tampoco sé si sea suficiente para hacer otro. No sé qué nos depare el futuro, pero en este momento no creo que haga nada con ello.

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