septiembre 30, 2019

Entrevista a Baloji

Artista de imagen y sonido, el cantante, poeta y director de cine belga de origen congoleño Baloji, sigue enfocado en promocionar su último trabajo discográfico, titulado "137 Avenue Kaniama", que evoca las atmósferas rítmicas del África de los años setenta, década donde los artistas afroamericanos se inspiraban en lo que venía de ese continente, y viceversa.

La avenida Kaniama se encuentra en Lubumbashi, al sur de la República Democrática del Congo, donde también se levanta el Hotel Impala, nombre homónimo del primer disco de Baloji, lanzado en 2008. «137 Avenue Kaniama es una manera de seguir el camino que comenzó con mi primer álbum Hotel Impala, en 2008. Cada disco complementa a los demás. Así que el Hotel Impala es parte de 137 Avenue Kaniama», explica el artista.

Residente en Bélgica desde los 3 años, Baloji nació en Zaire en 1978. Su nombre, el cual ha asegurado repetidas veces detestar, significa «hombre de ciencia» en swahili, pero durante el periodo colonial ese concepto cambió, en parte por las campañas de evangelización cristiana, para pasar a referirse a una persona que se especializaba en la ciencias ocultas, a la par de un hechicero. «Es un nombre difícil de llevar», afirma, aunque desde hace años lo ha aprendido a asumir, utilizándolo en su faceta artística.

137 Avenue Kaniama tiene mucho de rumba congoleña, soukous, afrobeat, hip hop, funk y electrónica, pero Baloji comenta que cada género que utilizo fue seleccionado en función del tema que abordaba cada canción: «Es difícil hablar de los ritmos que uso en el disco porque tengo muchas influencias. En realidad los estilos y las melodías vinieron determinadas por los temas que abordaba en cada canción. A partir de la historia se construía la pieza. Es como darle música a una idea. Te preguntas qué podría crear el ambiente adecuado para lo que quieres relatar. Así que no hay un plan, es más bien siguiendo la historia. Por ejemplo, si quería hablar sobre zombies, como en la primera canción del álbum, quería tener algo que sonara como un mosquito, porque es un insecto, la mosca, el que convierte a las personas en zombies, a través de la enfermedad del sueño. Lo sientes mucho en el bajo, esa vibra que evoca el mosquito. Y así íbamos buscando. No es algo espontáneo, sino que requiere más bien cierta preparación», explica.

El álbum, que en su versión impresa cuanta con un libro, se divide en tres partes. «Hay tres emociones y contextos diferentes en el disco, y cada uno es representado mediante un color. Esto es desarrollado en el libro que acompaña la versión impresa de la placa. Por un lado me enfoco en el cuerpo, luego en las emociones y, finalmente, en las relaciones».

Baloji ha intentado involucrarse en todo lo que rodea su música, dirigiendo sus propios vídeos, pero también desarrollando una carrera como director de cine. Su cortometraje Kaniama Show, estrenado el año pasado, es una sátira que se presenta en forma de los programas de televisión africana. Poco antes de esta entrevista, el artista se encontraba en Burkina Faso, trabajando en la faceta audiovisual de su carrera. «Estaba trabajando en mi próxima película y aprendiendo sobre cine», aunque es tajante al afirmar que «la industria cinematográfica es complicada. Es difícil conseguir financiamiento. Tienes que hacer creer a la gente que puede invertir su dinero allí, porque es muy caro».

El primer grupo de Baloji fue un colectivo belga de hip hop llamado Starflam, al cual se unió a la edad de 15 años, y que duró hasta 2004, cuando decide abandonar la música. Sin embargo, después de que el cantante descubriera una carta de su madre, que no había visto desde 1981, cuando abandonó Zaire junto a su padre, y tras ganar un concurso de poesía en París, decidió volver a esta actividad en 2006 como solista. Su álbum debut Hotel Impala, es muy autobiográfico e incluye una respuesta a esa carta de su madre, con quien se reencontraría poco después. Desde entonces visita África regularmente.

Sobre la escena musical congoleña asegura que «hay muchas cosas sucediendo. Millones, es difícil de describir. Hay tantas bandas, tantas capas de arte. Si hablamos nada más de Kinshasa, se trata de una ciudad de casi quince millones de personas, por lo que hay diferentes mercados. Es una ciudad compleja y muy diversa, por lo que es difícil unificarla».

También cree que hay ciertos clichés sobre la música africana en occidente. «El principal problema es que hay gente que cree que África es un país, cuando se trata de un continente que posee 54 naciones, con todo lo que eso conlleva. Ahora extrapolemos esa idea a la cultura, y a la música. Es como que escuche un fado portugués, y asuma que eso es algo representativo de toda la cultura europea. El fado no representa todo el espectro de la música del continente, es parte de la paleta musical portuguesa. Con África pasan mucho esas generalizaciones. Alguien visita un país y asume que conoce la cultura africana en su totalidad, cuando es algo mucho más complicado. Solamente el Congo es seis veces del tamaño de Francia. Entonces piensa que si lo que se escucha en Copenhague, no es lo mismo que se escucha en Barcelona, cómo será en un país tan grande como el Congo. Pasa igual. Porque allá puedes recorrer la misma distancia entre Barcelona y Copenhague, y sigues en el mismo país. Por lo que hay diferentes ritmos, diferentes gustos. Es muy variado, y todos somos tenemos nuestras características. Muchos países, muchas culturas, que tienen el mismo nivel de complejidad de Europa».

Asegura además que este no es un fenómeno que se limita a África, ya que con la música sudamericana pasa algo parecido. «Mucha gente cree que sólo existe la salsa, y es una simplificación gigantesca», dice. Sobre el futuro, Baloji asegura estar trabajando en nuevos proyectos, tanto musicales como cinematográficos, aunque no le gusta adelantar mucho sobre lo que vendrá. De hecho, el resto de este año estará dedicado más a producir, debido a que su gira está en su período culminante.

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